Ted dekker tr3s pdf




















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Temas: Misterio y Tr3s by Ted Dekker - GoodreadsTr3s has 27, ratings and 1, reviews. So I tried Heavens Wager and that was a great book.

Thr3e was in the backseat of my car for some weird reason, Traductor: Ricardo y Mirtha Acosta. Autor: Ted Dekker. Sinopsis: Kevin Parson va conduciendo a altas horas de una noche de Es hora de levantar la liebre. Y te voy a ayudar a hacerlo. No, no lo creo. El juego apenas empieza. Este es de veras. En realidad prefiero Slater. Otra pausa. Comencemos los juegos. El Mercedes estaba otra vez impaciente.

Mantente tranquilo y marcha. Sus pensamientos le daban vueltas sin cesar. Aunque solo hubiera una remota posibilidad de que Slater quisiera cumplir su amenaza No ahora. Las llantas del Sable chirriaron. El Mercedes. Demasiados autos. Esto no va a estallar, Kevin. Llevaba mucho tiempo con las El enorme estacionamiento estaba solo medio lleno.

Algo de su auto se arrastraba sobre el asfalto. Solo vio la zanja cuando ya estuvo en lo alto. Hay una bomba en el auto. Ellos lo miraron por un instante con horror. Luego todos menos tres se volvieron y salieron corriendo, repitiendo a gritos la advertencia de Kevin. Salieron corriendo. Ke- vin se detuvo. El auto estaba inclinado en tierra con su llanta trasera iz- quierda en el aire. Alguien acababa de tratar de matarlo. Por el modo en que lo miraba Milton, Kevin estaba seguro de que el detective lo consideraba sospechoso.

El borde frontal. Una insignia en su camisa la identificaba como Nancy Sterling. Eso es todo. Al final lo averiguaremos. Siem- pre lo hacemos. Todo este asunto es una locura. La voz le temblaba al hablar. Solucionaremos esto, como le dije; siempre lo hacemos. Este tipo es meticuloso y calculador. Casos como este lo ponen por las nubes.

No se preocupe. Como dije, es un buen detective. Me llevo al Sr. Parson para hacerle al- gunas preguntas. Media hora, sobre su escritorio. Sostuvieron miradas. Las autoridades lo examinaban cuidadosamente. No tiene sentido. Eso no sorprende, pues es evidente que este tipo no es el tonto del pueblo.

Por tanto tenemos inteligencia y furia. Un motivo; sin eso no tenemos nada. De haber querido matarme simplemente pudo haber detonado la bomba. Este tipo hizo todo lo posible por echar a andar este truco. Muy cierto. Tal vez sea todo lo que deseaba. Estoy abierto a cualquier cosa en este punto —Milton hizo una pausa—. No sabemos mucho de usted. No hable con ellos. Ni siquiera los mire. El aire acondicionado pataleaba encima de ellos. Debemos establecer el motivo.

El desorden era el enemigo del entendimiento. Montones de ropa sucia apestaban a desorden. Acababa de escapar de la muerte Brindemos, camaradas. Y la gratitud estaba garantizada. Grande es tu fidelidad. Larga vida a Kevin. Esta era su vista.

De repente volvieron los temblores. Los dormitorios estaban arriba. Tal vez inclu- so Para ampliar su entendimiento.

Tranquilo, muchacho. No importaba; era real. Hi- zo una pausa en Bugs. El noticiero Las noticias. Su auto. Ese soy yo. Brillante, bri- llante, brillante. Eso era todo.

Grises con mala luz. La cama estaba tendida, los vestidores cerrados, la persiana abierta. Todo en orden. Ves, has estado oyendo fantasmas. Rosa- da. Se puso a dar vueltas. Por supuesto A menos que El pasado. Era su secreto. Esa noche era luna llena, y Kevin ya estaba acostado a las siete en punto.

Siempre se acostaba temprano. A veces antes de la merienda. Le gustaba la oscuridad para dormir. Madre estaba en su cama. Se apreciaba un resplandor opaco sobre las cenizas en el patio trase- ro. Un bulto sobre una de las tablas de la cerca. No, no era un bulto. Uno de los chicos o chicas del vecindario.

Se puso de pie. Kevin casi grita. Su rostro era muy Algo como una moneda de un centavo. Simplemente te dejas caer por la ventana. Como si todas las madres se parecieran a la suya. En realidad Madre nunca le dijo que no saliera de noche por la ventana, al menos no con esas palabras. No, de veras no puedo. No hay peligro. En realidad no quiero. Creo que te es- taba espiando. Usaba un vestido rosado y cintas del mismo color en el cabello.

Le gustaba ella. Le gustaba mucho. Lo prometo. Sam le gustaba Me gustas y quiero ser tu amiga. Por nada del mundo.

Es jerga callejera. No olvides volver a atornillar tu ventana. Por supuesto. Y todo en el espacio de cuatro horas. Soy tu peor pesadilla. Ta, ta, ta. Definitivamente Dios no. Solo hay tres reglas en nuestro juego. Esto es personal Uno, dos, tres.

Haz que lo entienda tu cabezota y no tendremos problema. Eres el brillante seminarista. He decidido matar para ayudarte a enten- der. Estoy a punto de hacer salir la serpiente de su mazmorra. Abre la gaveta que tienes frente a ti. Su nombre es Samantha. Hizo una pausa. Si me fallas, ella muere. Escucha atentamente.

En vida es tu amigo, pero muerto es el fin. Esa es tu adivinanza extra por ser tan burro. Los dos pueden juntar sus as- querosas cabezas y averiguarlo.

Te quedan veintinueve minutos y treinta y dos segundos. Sugiero que te apures. Las Ellos la miraron por largo rato. Su cabello era oscuro, hasta los hombros, y sus ojos eran de un suave color avellana. Solo que no debes ostentarla. Un regalo. Pero al final no importaba. Un cero. Los dos agentes intercambiaron miradas, se levantaron y salieron.

Se estaba guardando algo. Respira hondo. Tranquila, chica. No recuerdo haber usado esa palabra. Por amor de Dios, Frank. No puedes hacerme esto. Por como lo veo, el hecho de que hubiera matado a Roy me da derecho a cazarlo. La respuesta era patentemente obvia sin necesidad de pronunciarla. Estuviste a cinco minutos de aprehenderlo. El se molesta y escoge a alguien cercano a ti. Lleva a cabo su jueguito de adivinanzas y luego mata a Roy cuando te acercaste demasiado.

Mira, lo siento, de veras. Apenas puedo imaginar lo duro que fue para ti. El puso en claro tus opcio- nes. Nos reclutaron para el peligro. En gran parte. Las adivinanzas por lo general resultaban poco convincentes. Un hombre brillante con una esposa maravillosa, Sandy, quien trabajaba para la Cruz Roja. Si solo hubiera solucionado la adivinanza veinte minutos antes.

Si lo hubiera atrapado antes. Si tan solo no le hubieran asignado al caso. Nada iba a cambiar eso. De alguna manera ella era personalmente responsable de la muerte de su hermano. Nadie tiene una mejor posibilidad de detenerlo antes que mate de nuevo.

Dime que no te motiva ninguna clase de venganza personal. Siempre te he respetado por eso. El no es de los que le tienen miedo a las pistolas, si sabes lo que quiero decir. Su mejor amigo. Toma las cosas con calma, Kevin. Pon los pensamientos en orden.

Este es un juego de pensamiento, no una carrera. Una carrera de pensamiento. Necesito a Sa- mantha. Solo han pasado dos minutos. Quedan veintiocho. Bastante tiempo. Lo escribiste en un peda- zo de papel. Lo usaste para llamarla la semana pasada y pusiste el papel en al- guna parte segura porque era importante para ti. Acabo de recibir otra llamada de este tipo.

No te lo puedo creer. Llama al detective encargado ahora mismo. No puedes dejar que este tipo se salga con la suya. Acaba con su juego. Este tipo parece saberlo todo. En realidad no tengo ninguno. El cura de mi parroquia Bill Strong. Espera un segundo. No, pero estoy segura de que le llegue el mensaje. Slater te conoce. Pero son opuestos. No tengo idea. Piensa en eso y en esta adivinanza. Creo que por ahora no corro peli- gro. Hay otro mejor amigo tuyo que no hemos tenido en cuenta.

Quedan quince minutos. No tengo tiempo para explicar. Slater lo estaba obligando a volver a la casa. De vuelta al pasado. De vuelta a la casa y al muchacho. Luego se hizo el silencio, excepto por el ronroneo del Taurus. Todo indicaba que era la perfecta callejuela en las afue- ras del pueblo.

Nece- sitaba la firma de Balinda para la solicitud al seminario. Era una mentira, por supuesto. Iguales canaletas, iguales ventanas, iguales techos de tablas. Cinco minutos. Flores falsas, hermo- sas y sin mantenimiento. Francis o el cura. Dios, dame fuerzas. Ha estado esperando verte. Bien, entonces. Su vestido blanco es- taba forrado de cualquier manera con encajes manchados por la edad con una docena de perlas falsas, las que quedaban de los centenares que una vez tuvo.

Ella se equivocaba y sin duda era tonta, pero amaba a Bob. Dos minutos. Solo quiero revisar algo del perro. Un tambor de cincuenta y cinco galones ardiendo en el centro del patio Suficientes para muchas toneladas de ce- niza.

Menos de un minuto. Soy yo, Kevin. Bob observaba hacia afuera. Regresa a tu ca- sa. El perro se detuvo. Regresa inmediatamente. Pon algo de autoridad en tu voz. Y en realidad no creo que tu voz sea apropiada con un animal. Como quien manda. Princesa sabe La mente de Kevin le daba vueltas. Pero no era Damon el que ahora lo mareaba sino Princesa.

Princesa no No es Madre. Son maravillosas. Un enorme reloj blanco sobre la pared hace un silencioso tictac. Son las Aparte de eso, quiere darle a Kevin un poco de tiempo para asimilar las cosas.

Ese es el plan. Las cosas horribles son demasiado obvias para resaltarlas. Por supuesto, eso es lo que siempre dice. No hay nada compara- ble. Matar es solo matar a menos que haya un juego para el asesinato. Poner un castigo involucra hacer sufrir a alguien, y la muerte da fin a esa dolencia, burlando el verdadero dolor del sufrimiento. Al menos a este lado del infierno.

Ahora el hielo lastima. Como fuego en sus ojos. Hielo y fuego. Slater lleva la cuenta de los segundos, no en su mente consciente sino en el fondo, donde no lo distraigan del pensamiento.

Ellos tienen de su parte algunas mentes muy buenas, pero no tanto como la suya. Kevin no es idiota. Y por supuesto el verdadero premio irradia brillantez: Samantha.

Slater abre la boca y pronuncia lentamente el nombre. El juego de palabras buscado. Por las mejillas le corre agua, la cual trata de alcanzar estirando la len- gua. No puede. No hay forma posible en que puedan ganar. El tiempo se acaba. Slater se sienta, saca de las cuencas de sus ojos lo que queda de las bolas de hielo, las lanza a la boca y se pone de pie.

El reloj marca las Treinta vatios. El es invisible. Era ine- vitable, sin embargo Ni se te ocurra volver a hacer eso. Has roto varias veces la regla «no me hables a menos que te lo pida», universitario. Cerrar y cargar. Pero no pudo. Eso es bueno. Balinda, el perro, la casa. Alguien que lo sabe va tirar de la manta. Querido Dios Ni siquiera lograba pensar bien para orar. A Madre no le gustaba eso.

El quiso mantenerlo de este modo. Eso es muy mezquino Perma- necieron en silencio por unos instantes. La manera en que ella lo dijo le hizo llorar. Ella era muy especial. Imagino que solo porque ella sea distinta no quiere decir que sea mala. No te preocupes. Caminaron por algunos minutos, tomados de la mano. Me gustas. Nunca antes he besado a un chico. Flotaba sobre una nube. Le gustaba Samantha. Le gustaba mucho, mucho. No ne- cesitaban hacerlo. Reanudaron su juego como si nada en absoluto hubie- ra cambiado entre ellos.

Por favor. Kevin dio un paso adelante. Un mucha- cho alto con nariz aguda. Una docena de pensamientos chillaron dentro de la cabeza de Kevin. Dio un paso hacia Kevin. Le dijo que lo estaba esperando.

Esperando que el gallardo joven llegara hasta la ventana de la doncella. Esa noche rieron mucho. Pasaron tres noches antes que Kevin volviera a ver al muchacho En realidad no esperaba ver nada. Se miraron uno al otro por un momento largo.

El muchacho estaba en la cerca trasera, con la cabeza y los hombros a la vista. Era un cuchillo. Cada no- che miraba por su ventana cien veces. Cada noche oraba desesperadamente porque Sam viniera a visitarlo. La noche estaba despeja- da. Ni rastro del muchacho. El muchacho. El muchacho le dio una cachetada. Igual ella. Kevin vio por primera vez el cuchillo en la mano del muchacho. Nueve en punto Igual que el perro. No tenemos nada que informar.

La clave de su pecado se hallaba en las adivinanzas. Gracias a Dios, gracias a Dios, gracias a Dios. Lo mejor era dejar algunos secretos enterrados para siempre. Rostro demacrado. Camiseta manchada. Mejillas suavemente redondeadas y labios un tanto vueltos hacia arriba, cejas muy arqueadas y una suave nariz puntiaguda. Pensaba en ella miles de veces desde que se fue, pero los ojos de su men- te nunca se pudieron preparar para verla ahora, en la carne. Lo siento.

Entra, entra. Le costaba trabajo no mirarla a los ojos. No reflejaban la luz por mucho que brillara, porque se ilumina- ban con su propia fuente. Esta era Sa- mantha, su mejor amiga. Nin- guno de los dos quiso un romance con el otro.

Eran amigos del alma, los mejores amigos, casi hermano y hermana. Es como mirar el mundo. Bueno, has llegado lejos. Ella nunca fue mi madre. Debiste haberme llevado contigo. Tan poco como pueda. No podemos dejar fuera el pasado. Iremos en mi auto. Nunca, que recuerde. Gran cambio desde Nueva York. Lo mismo que con la CIA antes de cambiarme a este trabajo.

De veras. La CBI consta de una docena de unidades, aproximadamente cien agentes en total. Hasta ahora las exigencias solo te involucran a ti. Eso excluye al FBI. Tiene que haber alguien, Kevin. No me importa si crees que es nada o no. Igual que el MO. Complica- da vigilancia. Parece el mismo sujeto. No te preocupes, mi queri- do caballero. No me han encargado un caso que hasta ahora no pueda descifrar. Los ojos de Sam parpadeaban como futbolista que acaba de meter un gol.

Cuando contacte el FBI, coopera. Lo capturaremos. No duermo con anguilas. Sin duda. En su mente, ella era absolutamente perfecta en todas formas. Y se fue. Deta- lles. Vivir es chasquear la lengua y disfrutar el sonido. Me alegra volver a verte. El interior del antiguo Chevy es inmaculado. Muy oscuro. Slater espera una hora. Solo una adivinanza. El dulce aroma del aire. La caricia de otro ser humano.

Igual que Milton. Milton era un agente de la ley con los mismos objetivos esenciales que ella. Estaban juntos en esto, a pesar de todas las diferencias personales. Nosotros tenemos nues- tras propias oficinas. Ella le hizo un leve gesto de asentimiento. Jennifer casi expresa el resto del pensamiento: Por eso pusieron la pala- bra forense, para quienes se criaron en lugares atrasados. Hallamos un temporizador.

Es inte- ligente. Y lo sabe. El ciudadano promedio no tiene esa clase de enemigos. Estamos tratando con alguien que probablemente sea desequilibrado El mismo modus operandi. No hizo explotar un auto sin herir a nadie simplemente por gusto. Una cosa es llevar a cabo una broma. En lo re- ferente a evidencias, este individuo lo deja todo muy claro. Ninguno de los cuerpos fue maltratado en ninguna forma.

Matar solo es un apoyo, algo que brinda posibilidades bastante elevadas para hacer interesante el juego. Jennifer puso la mano en la carpeta. La mitad de lo escrito era suyo.

Tenemos un equipo en camino para inspeccionar la casa de Parson. Da la casualidad que estuvo con Kevin anoche y nos hizo un favor. Como dije Tranquila, muchacha. Los ojos de Milton se entrecerraron levemente. No hay evidencia directa de que se trate del Asesino de las Adivinanzas. Nuestro trabajo principal es mantenerlo con vida. No esta vez. A causa de ella. Ojo por ojo. Vida por vida. Vecindario tranquilo.

Una camiseta blanca con un logotipo «Jamaica» sobre el bolsillo. La dura mirada le sentaba bien. Especialmente con esos ojos. Soy la agente Peters del FBI. Pero acaba de empezar. La condujo a la cocina. No creo que encontremos nada. Empecemos de nuevo. Lo siento, estoy con los nervios de punta. Ingenuo y caballeroso. Hasta entonces no hay mucho que podamos hacer acer- ca de la vigilancia.

Sin secretos. Ella casi pierde entonces su fachada profesional. Tal vez inocencia. Inocen- cia, amplia, triste y cansada. En realidad no muy diferente de Roy.

Te voy a mantener vivo, Kevin Parson. Tenemos motivo para creer que se trata del mismo. No estoy tratando de ser extrema Tenemos una oportunidad, una excelente oportunidad, de detenerlo antes que siga adelante. No es el asesinato lo que lo motiva sino el juego, Juguemos. Ella quiso abrazarlo, consolarlo, apoyar a esta pobre alma y decirle que todo iba a salir bien. El tiene las negras y usted las blancas.

Probablemente un genio. Tal vez. Eso hizo que ella se ganara una suave sonrisa, que no pudo resistir devolver. Usaremos un dispositivo local que fi- jaremos al celular. Le tomaremos la palabra. El te lla- ma; en el momento en que cuelgas me llamas. Creo que tengo una idea.

Eso es muy general. Desprecio salvaje. El odio en la voz de este hombre es una de ellas. Ella es hermosa, por tanto me gusta. Las dos co- sas. Como tu caso, es lo que quiero decir.

No como un hombre Esas fueron palabras muy gratas. De acuerdo. Eres estudiante de semina- rio. Te tomas la vida en serio y tienes una inteligencia superior al pro- medio.

Eres comprensivo, amable y dulce. Vives solo y tienes muy pocos amigos. A este tipo le gusta dejar caer sus bombitas cuando menos se espera. Saldremos de esto. Se miraron uno al otro por un momento. Di algo, Jennifer. Ella cree que se trata del Asesino de las Adivinanzas. Jennifer Peters. Escucha, cabe la posibilidad de que hoy yo deba re- gresar en un vuelo a Sacramento. Medio lleno. Se fue al refrigerador. Jennifer cree que soy bueno.

No me importa si lo soy El obispo chismea, por tanto no es bueno. Las mujeres no, por supuesto. Doscientos esta vez. Mis hijos necesitan No, a Samantha. El rostro sonriente de Sam lo miraba desde el patio trasero. Al escabullirse solo fue hasta su propia cerca, observando con cuidado el sendero verde. Pe- ro por favor, regresa tan pronto como puedas.

Ni la siguiente. Ni por tres semanas. Nunca lo he visto tan enojado. La luz de su ventana resultaba una grata vista. Pero yo estoy abajo y eso no me gusta. Ahora el terror le retumbaba en olas constantes. Tal vez peor. Las risitas se detuvieron por un momento. Se acer- caban a una de las viejas bodegas en el barrio al otro lado de la calle. Vio una puerta en el edificio directamente adelante.

Tal vez El muchacho estaba en lo alto, iluminada su espalda por la luz de la luna, riendo. La puerta estaba a su derecha, gris opaca a la leve luz. El silencio lo devoraba.

Abrir la puerta, re- cibir un corte y tal vez morir. O huir y dejar morir al muchacho, y tal vez vivir. De todos modos era culpa suya. Kevin se puso de pie con dificultad. Querido Dios, dame fortaleza. Sigue el juego. Kevin, Kevin, Kevin. Tres veces tres. Nueve en punto, hora de sacudirse. El momento de la tercera. Tienes se- senta minutos. Cincuenta y nueve minutos y cincuenta y un segundos.

Estoy llegando a tu calle en este momento. Sigue el jue- go. Pero primero quiero que me cuentes. Simplemente dime. Se nos acaba el tiempo. Las emociones le atascaron la cabeza. Ahora mismo No ma- taste a nadie. Eso es intento. Debemos meditar detenidamente esto, Kevin. Si confieso, se detiene este juego demente.



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